Palabras del Armorius

En el Scriptorium, los monjes escribanos o scriptores copiaban, decoraban y encuadernaban los diferentes textos para luego conservarlos en bibliotecas o bien hacerlos circular entre los otros monasterios. 

Tal vez suene paraójico, pero escribir -aunque sea un texto nuevo, como los que aquí se presentan- siempre es un acto de copia. Bien decía Bajtín que hablamos con palabras de otros. Inevitablemente, lo que digamos ya fue dicho por otro y otro nos repetirá.

Nuevo o viejo, la gran diferencia es cómo lo decimos.  



lunes, junio 15, 2009

El Paseo

|

Después de leer por enésima vez lo escrito y sin saber como proseguir decidió dar un paseo. Con su elegante abrigo y su sombrero abandonó por un rato su vida de lobo solitario, tomó el camino por la pendiente, a unos cien metros giró a la izquierda para seguir el estrecho sendero que bajaba hacia la playa seguro de que el fresco aire de la noche y el rumor del mar le traerían inspiración.
Caminaba admirando la magnificencia del lugar cuando de la oscuridad emergió la figura lastimera de un viejo descalzo, cargando una bolsa tan sucia como los harapos que lo cubrían. En su mano derecha traía una vara muy larga que lo ayudaba a sostenerse mientras arrastraba pesadamente los pies e iba acompañado por dos perros, realmente parecía una figura bíblica. El anciano inclinó la cabeza en señal de saludo y luego se apartó cediéndole el paso. La estrechez de su figura, su escaso cabello revuelto y el olor que despedía le resultaron desagradables al punto de sentir un leve estremecimiento de asco. Le dirigió una mirada fría e insultante antes de continuar su paseo pero luego de haber dado unos pasos se volvió. El viejo, sucio, desvalido y patético, contrastaba terriblemente, como una anacronía, con la belleza del lugar. Quedó mirándolo fijamente mientras saboreaba con gusto la incomodidad del anciano, que seguía allí, con la mirada en el suelo, despersonalizado por su mansedumbre, esperando permiso para continuar arrastrando los pies.
La poca indulgencia del caballero desarrollada hacia el género humano no incluía marginados, enclenques criaturas limosneras, hombres sin cuna devenidos ricos ni mujerzuelas. Detestaba todo parlamento sobre la igualdad, la vida sin injusticia y sin pobreza. ¡Pamplinas! Ante si tenía el símbolo casi perfecto del fracaso, alguien que no debería esperar ya de la vida ni una mínima ración de felicidad. La espalda encorvada del anciano portaba todo el cansancio de su existencia, sin embargo, ¿dónde radicaba la fuerza motriz que lo impulsaba a seguir viviendo? Su desprecio casi enfermizo por los seres vulgares y decadentes, que terminan convertidos en despojos humanos inservibles, sin un designio supremo en esta vida, le corroía el alma incesantemente. La indignación, la ira iban tomando cuerpo, sus pensamientos iban adquiriendo un matiz cada vez más obsceno. De forma maligna imaginó como atar un nudo corredizo alrededor del cuello del infeliz y tirar hasta dejarlo inmóvil, otra opción sería lanzarse de manera rápida y brutal a golpearlo con su propia vara hasta destrozarle la cabeza…La cólera iba creciendo en su interior, se apoderaba poco a poco de todo su ser hasta hacerle arder el rostro como una hoguera. La cruel intolerancia siguió el curso en sus pensamientos…si le tapaba la boca podría ver sus ojos escapando de las órbitas y la expresión de espanto en su cara mientras era empujado hasta el borde del acantilado. Solo imaginar el cuerpo cayendo le proporcionó un inmenso placer.
En su incomodidad el viejo se rascaba. Unos segundos después, acometido por una íntima sensación de peligro, comenzó a temblar. ¿Por qué el rostro sombrío de aquel hombre? ¿Y su mirada?...¡Oh! ¡Esa mirada! Una expresión de súbito horror se dibujó en el rostro del anciano…
Dos horas más tarde el caballero, con paso tranquilo, regresaba bajo la luz de la luna. Faltando unos cincuenta metros echó una mirada en derredor, belleza absoluta y total era cuanto veían sus ojos, a eso llamaba perfección.
Ya casi llegando, envuelto en una rara sensación de felicidad, no se percató de los dos perros que le salían al encuentro totalmente enfurecidos, los ojos brillaban en la oscuridad y sus fauces mostraban la voluntad y la necesidad de destrozar…

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me llamo Ayax. Está muy fluido, bien escrito, excelentemente redactado, pero eso de que te saques de la manga los perros, fue muy débil. Cambia el final. La espera del viejo me desesperó. Y la maldad creo que fue mucha. Disminúyela un poco. Saludos, Aún así quiero adquirir un libro.

Publicar un comentario