Una noche llegaste tarde a casa envuelto en un perfume de mujer que no era el mío. Llorando comprendí que te habías transformado en un ladrón robando mi fe en ti, revolcando tu fidelidad en otra cama. Hiciste a un lado, almenos por un rato, tú tantas veces repetida promesa de amor. Mi orgullo herido sangró mientras mi amor por ti enloquecía, así me mantuve mucho tiempo hasta que logré recuperar cierta cordura. Aplicando la Ley del Talión hice lo mismo para que me consideraras criminal, más olvidé que eres hombre y ahora estoy sin ti, formando parte del cortejo de mujeres impías, condenada como criminal por la misma sociedad que te absolvió. ¿Se hizo justicia?
Hace 11 años
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